viernes, enero 27, 2006

El documental de autor y los universitarios.

(Escrito por Alejandro Machacuay, Publicado en el Boletín Óptica, Nº 2, Enero 2006)

Un país, una región, una ciudad, que no tiene cine documental, es como una familia sin álbum de fotografías, es decir, una comunidad sin imagen, sin memoria. No me cansaré de repetir esta frase”. Con esta afirmación el chileno Patricio Guzmán, uno de los grandes documentalistas de Latinoamérica y considerado en su país como el “centinela de la memoria”, nos ilustra sobre la transcendencia que tiene el documental hoy en día como un medio importante para tratar temas, personajes, situaciones; y también como una herramienta política y de reflexión. No estamos hablando del típico documental que muestra una geografía o el crecimiento de una planta, sino del género que narra a través de imágenes y sonidos historias que surgen de la misma realidad que nos rodea. Pueden ser grandes historias como pequeños relatos cotidianos; historias personales que piden ser contadas, historias tan ricas que muchas veces supera los relatos de ficción, y siempre bajo el punto de vista personal.

No podemos considerar al documental como una exposición neutra, distante y objetiva de la realidad. Las obras documentales son un representación de la realidad según la mirada original de sus autores. No son nunca unas “ventanas de la realidad”. Esto no es nuevo, el tema de la subjetividad y el punto de vista del autor del documental ha estado presente desde los inicios del cine. Desde Robert Flaherty con “Nanook” (1922), pasando por Luis Buñuel con “Tierra sin pan” (1932) hasta Michael Moore con “Bowling for Columbine” (2002). Estas obras tienen la huella personal de sus autores, por eso ahora se les llama “documental de autor” o “documental de creación”.

Una característica lógica del documental de autor es narrar la historia de manera particular usando adecuadamente los recursos narrativos, explotando al máximo los personajes, las imágenes, los sonidos. Hay menos entrevistas, menos voz en off, se trata de explorar la riqueza que tiene la vida real, haciendo de ella una expresión audiovisual genuina. Por eso, un documental de autor, muchas veces, se parece a una película de ficción, razón por lo que el límite entre éstos dos géneros no está puntualmente establecido.

La necesidad de producir documentales desde un punto de vista personal donde los límites entre la ficción y la realidad no están plenamente determinados, tiene como propósito final impactar y llevar a la reflexión al público, originar cambios en la sociedad, tal como lo hizo el neorrealismo italiano corriente de cine que ha influenciado y sigue influyendo en el cine moderno tanto en ficción como en documental. Así lo señala Martin Scorsese: “Si dudan del poder del cine para propiciar cambios en el mundo, interactuar con la vida y fortalecer el alma, entonces estudien el ejemplo del neorrealismo. Los neorrealistas debían mostrar lo acontecido en su país. debían lograr que documental y ficción fueran casi lo mismo, y para lograrlo cambiaron la manera de hacer cine”. Si consideramos al neorrealismo italiano como el modelo para el documental de autor podemos afirmar que en los directores debe existir una responsabilidad no sólo social sino también moral. Scorsese dice: “Para los cineastas neorrealistas era un deber hacer estos filmes. más que nada, el neorrealismo cobró vida por necesidad moral y espiritual”.

Hoy el documental de autor es realizado de forma constante y sostenida en Estados Unidos y en Europa. En nuestro país, el Festival de Cine organizado por la Universidad Católica, en su última versión, ha incluido en la sección de competencia al género documental. Por otro lado, han surgido directores que están destacando a nivel internacional con sus obras documentales como “La espalda del mundo” (2000) e “Invierno en Bagdad” (2005) de Javier Corcuera, “Choropampa, el precio del oro” (2002) de Ernesto Cabellos y recientemente “Caudillo Pardo” (2005) del director de ficción Aldo Salvini.

Los universitarios
Pero es en el ámbito universitario con el formato de corto y medio metraje donde se está iniciando un “movimiento documental”, principalmente en Lima. Los alumnos de las facultades de comunicación están siendo la semilla de lo que será el futuro documental, con la posibilidad cercana de tener más espacios de difusión. A través de muestras y festivales que se realizan cada año en la ciudad de Lima y más recientemente en diversas provincias, los jóvenes directores están contando sus historias con su modo particular de ver la realidad que les rodea.

La tecnología digital está permitiendo a los universitarios crear sus propias obras audiovisuales, además está revolucionando la forma de ver y hacer cine. Las limitaciones tecnológicas son cosa del pasado. Ahora, con poco presupuesto los nuevos documentalistas pueden realizar sus obras, no necesitan pagar a actores y el personal de producción es mínimo. Por ello, lo audiovisual entre los alumnos universitarios tiene cada día más acogida, no es raro verlos con su propias cámaras digitales de última generación y dominando el último programa de edición tratando de imitar a su director favorito y creyendo que no se necesita mayor orientación especializada para manejar los equipos y realizar su obra documental, porque todo lo aprende de internet.


Ante este panorama es menester recordar que las universidades, sobretodo las facultades de comunicación, tienen entre manos la responsabilidad de brindar a sus alumnos una formación humanística y no sólo una formación especializada en cuestiones meramente técnicas, de lo contrario se corre el riesgo de obtener un profesional débil, tal como lo señala Ricardo Maliandi, profesor de las universidades de Mar del Plata y Lanas, Argentina: “Si la formación se concentra exclusiva o prioritariamente en los aspectos técnicos, los profesionales se reducirán a meros instrumentos de un poder que puede valerse de ellos para fines injustos”.
En cambio una formación humanística , donde se desarrolle de manera armoniosa la capacidades cognoscitivas, técnicas y morales, hace posible que el profesional tenga un pensamiento crítico, científico y tecnológico y sobre todo con una visión más completa de la sociedad y del hombre.

Al ser el documental de autor una obra personal de carácter subjetivo, la formación en ética es urgente. Así lo entienden algunas universidades que conscientes del incremento del número obras audiovisuales (documental, ficción, publicidad) y del impacto que éstas tienen en la sociedad han implementado en su currícula cursos de Ética y Deontología de la Imagen. Conviene resaltar aquí lo que desafortunadamente muchos no creen, que la ética y el cine (que es creatividad, que es arte)no están reñidos. Así lo comprueba el crítico español Juan José Muñoz: “La ética, además, es un arte porque cada individuo debe crear las respuestas más valiosas para cada situación concreta. Pero hay conductas que, en lugar de ser creativas, son destructivas para la dignidad de la persona. Además, en el arte, como en la propia vida, siempre se debe buscar la belleza, y ésta siempre hace referencia a la verdad y al bien”.

Si la universidades no brindan a sus alumnos una buena formación humanística se corre el peligro de que la mirada que tengan de la realidad sea enfocada desde una ángulo banal y superficial donde el documental de autor se gane el calificativo, ya ganado por otros géneros, de “documental basura”.

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